Arquitectura tradicional
En el interior, la vida se organizaba en torno a la cocina y su llar, que era la laja de piedra donde se encendía el fuego. Junto a él se situaban los calderos y utensilios de cocina, los escaños donde sentarse, una mesa y al menos un arca que servía de panera y despensa. Cuando los tejados eran de cuelmo el humo se filtraba directamente entre la paja, pero con el cambio a la losa se construyeron chimeneas al exterior con curiosas variedades locales, como la candonga, sofisticada mezcla de chimenea y veleta que se orienta para evitar que entre el humo en la casa o las decorativas de adobe, de forma piramidal. El suelo de la planta superior era de madera y los tabiques de las habitaciones de cañizo entretejido o también madera.
De gran importancia para la vida rural eran las construcciones comunales, desde molinos, hornos, fraguas, hasta los cortellos o las esperas de los lobos. Éstas, como los pajares o las bodegas, se realizaban con materiales más vastos y ninguna ornamentación.
Son destacables los ejemplos de casas señoriales en la Carballeda (Villardeciervos, Manzanal de los Infantes, Muelas), con sillares finamente labrados y detalles como las delicadas balaustradas de hierro forjado.
Durante largo tiempo, las convenciones sociales repudiaron esta arquitectura popular e incluso la piedra se ocultaba tras cal o pintura. Afortunadamente, de un tiempo a esta parte se está produciendo una recuperación del aspecto tradicional y las nuevas construcciones se mantienen acordes a la piedra, madera y pizarra de antaño.