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Una buena forma de comenzar esta ruta es imaginar el tañido insistente de las antiguas campanas de la iglesia de Santa Marina llamando “a concejo” (reunión vecinal). Este será el punto de partida de la ruta.

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Comenzaremos caminando calle abajo tomando al final del pueblo el camino de tierra de la derecha, que nos llevará en un paseo tranquilo hasta el río Negro. Allí nos espera el refugio de pescadores a la sombra de una gran piedra que nos dicen puede ser un menhir. Tras cruzar el puente y seguir el camino de la derecha nos encontramos con una amplia pradera a orillas del río presidida por la ermita de la Virgen de la Rivera, venerada por los vecinos de los pueblos cercanos y ubicada allí por “deseo expreso” de la Virgen que, en forma de paloma, eligió ese lugar.
Dejando a la izquierda la ermita continuamos por la orilla del río llegando casi sin advertirlo hasta una pequeña senda usada antiguamente para comunicar los pueblos de Sejas y Dornillas. Inmersos en plena naturaleza, donde se mezclan en desordenada armonía madreselvas y helechos, alisos y robles, brezo, líquenes, agua y piedra, nuestras huellas se unirán a otras miles que las precedieron y que con los años han conseguido dibujar este camino, que se resiste a ser sometido por la maleza.
Pasado el puente de madera el camino parece desdibujarse un poco, reapareciendo pocos metros después, para abrirse de nuevo al caminante, regalando miles de fragancias que provienen del tomillo, el brezo y la escoba en flor.
Ya cerca de Dornillas, el camino se vuelve a bifurcar, es el de la izquierda el que conduce hasta el pueblo, donde la curiosa ermita de Santo Tirso, en cuyo interior reposan en sagrado los vecinos fallecidos del pueblo, señala la entrada de Dornillas. Una vez aquí recomendamos dar un paseo por este pueblo de antiguas casas de piedra para regresar posteriormente por el mismo camino hasta nuestro punto de partida.